miércoles, 28 de junio de 2017

Proyecto COBAYA-SUN2X

La tranquilidad del viaje en modo automático le permitió relajarse recordando momentos pasados, que no necesariamente gratos. Recordaba los paseos por la playa, sintiendo la arena bajo los pies descalzos. Recordaba como ella se quedaba detrás cada vez que recibía una llamada del laboratorio y anteponía el trabajo al placer. Recordaba aquel día que buscó su mano y encontró el espacio vacío que ella había dejado nuevamente al alejarse para contestar otra videollamada. Mientras él esperaba apurando la botella, ella era informada del resultado de los últimos cálculos y simulaciones, donde se predecía sí se podía rasgar el espacio-tiempo y saltar a otra parte del universo. A través de sus gafas de realidad aumentada consultaba los datos que indicaban la gran cantidad de energía necesaria para el salto, una energía que solamente podrían obtener de una llamarada solar. La veía sonreir, aunque lo hacía a medias ya que el salto sería totalmente aleatorio. Necesitaban pasar a la siguiente fase del proyecto.

La cápsula espacial había llegado a su posición tras un trayecto relativamente corto. Los últimos avances en motores espaciales reducían mucho el tiempo de viaje dentro del sistema solar. Pero su destino era uno mucho más hostil y peligroso; el propio Sol. Construido con los materiales más avanzados, el vehículo era capaz de soportar las extremas temperaturas de la cercanía al astro rey. Aguantaría lo necesario, hasta que una llamarada le transmitiese la energía necesaria para ser catapultado a otro lugar muy lejano, o muy cercano, dependiendo de las distintas teorías.
Aquella iba a ser la prueba definitiva de que el sistema era viable.

Estrés Nivel 0. Estable.
Aniceto desconectó los sistemas electrónicos que lo habían guiado a su posición y se dispuso a operar con los controles manuales.
–Manda huevos que por mucha tecnología que tengamos, terminemos haciéndolo todo de forma manual –se dijo a sí mismo.
–Aniceto, aquí control de seguimiento de misión, ¿me recibes? –sonó una voz femenina en la cabina.
–No jodas –dijo Aniceto con fastidio.
–Aniceto, aquí control de seguimiento de...
No esperó a que acabara la frase y con un brusco movimiento activó las comunicaciones.
–Vale, vale, te escucho ¿y tú a mí?
–Con alguna interferencia, pero te entiendo. Iniciando el protocolo...
–De eso nada. No inicies ningún protocolo –ordenó secamente Aniceto.
–¿Cómo? –se sorprendió la voz femenina.
–¿Donde está el otro controlador? –preguntó desconcertado.
–Pedro ha cambiado el turno y yo voy a ser tu control de misión.
–Ni hablar. Yo quiero al otro. Ya te estás levantando y yendo a buscarlo.
Sonó un clic y una sucesión de pitidos.
–El protocolo de actuación ha sido iniciado, o sea, que eso no va a ser posible –dijo ella sin inmutarse.
–Mira tú no sabes lo que he tenido que sufrir hasta llegar aquí, para que ahora me vengas con que ha cambiado el turno.
–Me da igual lo mal que lo hayas pasado pero, te guste o no, yo voy a ser tu control de misión.
–Me cago en la leche, pues no te quiero en control –dijo Aniceto, con tono de rabieta.
La voz femenina no replicó y el tenso silencio solamente era roto por algunos pitidos y chasquidos.
Aquel imprevisto trajo a su mente los recuerdos del duro entrenamiento para aquella misión. Un entrenamiento que estaba demasiado cerca de la locura.

Estrés Nivel 1. Aumentando.
Hacía meses que la espiral de riñas y reproches había minado su convivencia en pareja hasta que la pérdida de su trabajo terminó por lanzarlo todo por el sumidero.
Necesitaba algo que le devolviera al sendero de la cotidianidad, alejándolo del tedio que solamente conducía a alcohol y drogas.
Fue ella la que le puso en contacto con el proyecto Cobaya–SUN2X, pero fue él quién que aceptó los riesgos. Ser parte de un equipo de investigación era un trabajo deseado por los que, como él, habían estado saltando de trabajo en trabajo, sin oficio ni beneficio. Aniceto no imaginaba que el riesgo era que tenía que franquearle el paso a la locura.
–Protocolo de actuación finalizado –la voz femenina lo devolvió al momento presente. –Permanece atento a las señales ¿Estás preparado?
–No, demonios. No estoy preparado, como tampoco lo estaba durante la selección. Ellos sabían mis problemas con la bebida. Dijeron que no era nada que un buen café no solucionase. Me declararon apto a pesar que mi afición a los psicotrópicos aparecía en el informe médico.
–Ahora ya es tarde para lamentarse –dijo ella. –Estás en órbita solar y lo mejor que puedes hacer es centrarte en la misión.
–¿Cómo voy a centrarme? –gritó él. –Simplemente oír tu voz me saca de mis casillas. ¡Quiero al otro controlador!
–Pues es lo que te toca. Olvídate de Pedro porque ni está, ni se le espera. Como ya te he dicho antes, te guste o no, es lo que hay.
Aniceto volvió a pensar en voz alta ignorando los datos y órdenes que le transmitían desde el control. Uno de los efectos secundarios del terrible entrenamiento era que terminaban hablando solos.
–Pedro me fue guiando en los... –el hombre se interrumpió y contó en voz alta. –Uno..., dos..., tres... ¡Maldita sea! ni me acuerdo del tiempo que llevo metido en esto. El caso es que fue él quién me explicó cómo funcionaba la empresa. Inversores buscando acortar los viajes espaciales. Unos viajes cuya larga duración hacía perder rentabilidad a la carga, por muy valiosa que fuera. Decenas de años desalentaban al que quisiera esperar media vida para recuperar lo invertido.

Estrés Nivel 2. Aumentando.
A pesar que el vacío no transmite el sonido, su imaginación comparaba la llamarada solar con las olas del mar. Recordando mirarse la mano vacía, lanzar la botella vacía y verla girar en el aire para luego caer donde las olas rompían como rompería la llamarada solar sobre la cápsula.
–Chorro de energía en curso. Comprueba los escudos térmicos, las vías de transferencia y los acumuladores –dijo la mujer del control de misión.
–Sí, parece que hace más calor –respondió él con sorna.
–Necesito los valores ¿Qué lectura te dan los indicadores?
–Más o menos... –dudó Aniceto.
–No. Más o menos, no. Necesito las lecturas exactas.
–Pues no va a poder ser porque las agujas analógicas tienen el baile de San Vito. Haber instalado contadores digitales –aclaró el hombre secamente.
Miró a su alrededor y le dio la sensación de estar en una vieja cápsula, cutre y destartalada.
–Sabes que los circuitos no aguantan los chorros de energía –aclaró ella.
–Pues estos indicadores tiemblan como yo cuando me sentaban en la silla de simulación. Me tenían que atar para no caerme. Aquellas inyecciones calmaban mi ansiedad, pero luego la oscuridad y la luz, alternándose con los colores que giraban a mi alrededor volvían a ponerme en un estado alterado de consciencia. Intentaban recrear lo que me encontraría aquí.
–Vale, vale. Corta el rollo y dime lo que muestran los indicadores –interrumpió la mujer del control.
–Por eso no quiero trabajar contigo, eres tan fría y desagradable –dijo él con fastidio, pero se interrumpió antes de acabar la frase.
Los indicadores oscilaban frenéticos.
–Y yo qué sé –respondió al fin. –Aquí cada vez hace más calor y se me nubla la vista.
–Recupérate porque es imposible que suba la temperatura. Los escudos térmicos disipan el calor.

Estrés Nivel 3. Aumentando.
El corazón le latía con fuerza y las bocanadas de aire no aliviaban la sensación de asfixia. Tenía la sensación que los ojos se le salían de las órbitas hasta que recuperaba la vista.
–Voy a apretar el botón mágico –dijo Aniceto.
–No, no lo hagas todavía. Espera a que todo esté en óptimas condiciones –avisó con urgencia la voz femenina.
–Tengo mucho calor, me tiemblan las manos y empieza a escasear el aire.
–No puedes hacer el salto todavía. Recuerda el entrenamiento, la cápsula está diseñada para aguantar las radiaciones de la llamarada.
–¿Ahora sí quieres que recuerde? ¿Sabes qué recuerdo? El dolor, el sueño y el sufrimiento.
Aniceto volvió a ensimismarse con sus recuerdos.
–Cuando me levantaba del sillón las muñecas me sangraban de las amarras. Me fallaban las piernas y me llevaban a rastras al camastro donde me dejaban hecho un ovillo. Dormía mucho o poco, no lo sé, pues siempre parecía que me acababa de acostar. Perdí la noción del tiempo. El único alimento era aquella papilla asquerosa y agua para poder tragarla. Parecía un preso al que trataban con especial sadismo.
–Pero si a ti te encantaba la ensaladilla –intervino ella.
–La ensaladilla sí, pero aquello era un mejunje avinagrado donde los trozos de "yo qué sé qué" burbujeaban hasta danzar como bichos nerviosos.
–Eso era por las drogas... –se le escapó a ella.
–¿Qué drogas? Hace mucho que no tomo psicotrópicos.
Aniceto se quedó un momento en silencio, mientras otro chorro de energía procedente del sol agitaba la cápsula y todo en su interior.
El dolor volvió y se miró las muñecas. Ahora no sangraban aunque la sensación era la misma. Tampoco estaba atado por lo que tuvo que sujetarse con fuerza para no caer. Todo le daba vueltas, la cabeza estaba a punto de estallar y el sudor se le metía en los ojos.
–Voy... a... pulsar –dijo con dificultad.
–Todavía no es el momento –le dijo la mujer.
–No lo... soporto –gimió Aniceto.
–Aguanta, tienes que aguantar como sea.
Respiraba con dificultad, notaba el corazón desbocado, pero intentaba tranquilizarse.

Estrés Nivel 4. Aumentando.
Desvió su mente de toda aquella vorágine y cayó en la cuenta de las palabras de la controladora.
–¿Drogas? ¿De qué drogas me hablas? –interrogó a la chica.
–Nada, nada, olvídalo –respondió ella, apurada.
–¡Me cago en la leche! Me estabais drogando. Las inyecciones eran alucinógenos. Los más fuertes que yo haya tomado. Hacían quedar a los otros como gominolas. Pero ¿para qué?
–Para nada, eran fármacos para ayudarte a aguantar la tensión.
–¿Te crees que soy tonto? Los mareos, los sudores, alucinaciones y posterior resaca eran por drogas. Sé cómo es un colocón; he estado muchas veces.
–Un poco tonto sí que eres para no darte cuenta. Ahora ya da igual. Solamente una persona con hipersensibilidad y en un estado alterado de consciencia puede detectar la ráfaga adecuada.
–Desarrollar mi intuición, decían ellos.
–Sí, hasta límites inimaginables.
–¿Y mi cordura? ¿No os importaba mi salud ni el peligro?
–Pues no, para qué te voy a engañar. Sólo eres un experimento.
Aniceto recordó como, con el agua del mar hasta el cuello, unos brazos fornidos lo sacaban brúscamente del agua.
–O sea, que me habéis traído hasta aquí para que me ase como un pollo –gritó Aniceto, enojado.
–¡Premio! Ya vas entendiendo como funciona esto. Te ha costado pero no todos lo cogen igual de rápido –dijo la mujer en un tono sarcástico.
La mezcla de humillación y cabreo llevó a Aniceto a amenazar, no solamente a la controladora, sino a toda la empresa.
–Si le doy al botón ahora mismo, provoco el salto. Eso mandaría al carajo la misión, estropeándolo todo –amenazó el hombre.
La mujer del control de misión se quedó un tenso momento en silencio hasta que contestó precipitadamente.
–Naa, no te hagas ilusiones. No se llegaría a producir el salto y serías engullido por una lengua solar como un mosquito en la boca de un dragón.
–Pero os jodería la misión. Todo se iría a tomar viento.
–No eres tan valiente de sacrificar tu vida por fastidiarnos. Además no te serviría de nada porque antes de ser destruida, la cápsula enviaría los datos a la base para usarlos en futuras misiones.
Aniceto se quedó en silencio, pensativo. No le encontraba sentido alguno a todo aquello, aunque tal vez fuera porque no podía pensar con claridad.
En aquella nave todo era analógico y mecánico: contadores, indicadores, palancas, interruptores, etc. El calor, el magnetismo y las radiaciones dejarían inservible cualquier electrónica. Por eso necesitaban una persona y no se podía hacer de forma automática. Nada podía enviar datos. ¿Por qué le mentía?

Estrés Nivel 5. Aumentando.
–No pienses ¡actúa! –le urgió ella, que de repente parecía haberle entrado las prisas.
–Intuición, hipersensibilidad, estado alterado de consciencia... –pensó en voz alta por la dificultad para concentrarse.
-¿Cuándo dejó de importarte lo nuestro? -dijo Aniceto.
–Vale cariño, te voy a hablar claro. Durante los años que vivimos juntos te portaste como un auténtico imbécil. En las fiestas con amigos bebías en exceso e intentabas hacer gracias con las que conseguías que se rieran de ti y no contigo. Cuando el desfase llegaba al esperpento, todos se marchaban al no poder aguantar la vergüenza ajena. Entonces caías al suelo víctima de tus propios lloriqueos babosos ¡Patético! Aquellas pastillas de colores te permitían comportarte correctamente, o todo lo correcto que se podía estar sentado en un sillón con sonrisa de alucinado. La mejora temporal solamente duró hasta que quedaste enganchado, alucinado e igual de patético.
–Y entonces me echaron del trabajo –intervino Aniceto.
–Creí que con drogas la cosa mejoraría, pero te enganchaste y todo fue a peor. Entre colocón y colocón, saltabas de la euforia a la depresión hundiéndote cada vez más. Tu soberbia solamente era superada por tu estupidez. Nuestra situación cayó en picado. Entonces vi una solución. Podías ser el candidato idóneo para el Proyecto COBAYA. Para bien o para mal era la única salida. Solución o destrucción, todo o nada.
–O sea que ya sabías lo que me esperaba. Conocías los detalles, las drogas, las torturas y la locura; y aún así me...
–Por supuesto que lo sabía –le interrumpió ella–. Llámalo desesperación o llámalo venganza, el caso es que moví mis contactos, y me rebajé pidiendo favores para que entraras como cobaya.
–¡Maldita seas! Eres una sádica. Siempre me has utilizado. Nunca imaginé que el rencor te llevara tan lejos –gritó él, impotente.
Aniceto lloraba, gritaba y el calor lo abrasaba. Llegó a la conclusión que aquello era un auténtico infierno.
Miró por las ventanillas en el momento que una gran masa de luz lo inundó todo, cegándolo a pesar de la protección de las gafas oscuras.
Aquel era el fin. Aquello no parecía el famoso túnel, era más parecido a una pista de despegue, iluminada por colores que silbaban al moverse hacia una grieta negra que destacaba en la inundación de luz. Siguió las chispas con la mirada hasta ver como confluyeron al frente en una grieta que rasgaba el espacio.
Su intuición le dijo que aquel sí era el camino que le conduciría a su destino. Era el momento adecuado. Tanteó a ciegas hasta que golpeó con furia el botón del sistema de salto.

Estrés Nivel 3. Descendiendo.
Recostada en el sillón, la controladora suspiraba para recuperar la calma.
–Maldita sea, esa llamarada lo ha engullido reduciéndolo a polvo estelar. El satélite de seguimiento no detecta ningún rastro. Le ha faltado estrés, tensión y cabreo. No he llegado a provocarlo suficiente. Terminó el entrenamiento al borde de la locura, pero el tiempo apremiaba y querían resultados. No se podía esperar más. He intentado llevarlo al límite de su cordura pero no ha sido suficiente. No ha podido intuir la grieta y no ha podido saltar. Tendremos que usar otra cobaya y volver a intentarlo.

Estrés Nivel 0. Estable.
Pasado un periodo de tiempo, que según la relatividad, podía ser mucho o poco, un comité gubernamental de científicos estudiaba el informe del primer hombre que había conseguido usar una grieta solar para viajar por el espacio.
En la rueda de prensa posterior, Marga intentó pasar desapercibida mientras los periodistas preguntaban a Aniceto
-Usted es el primer hombre que ha conseguido usar una grieta solar para viajar por el espacio. ¿Por qué ha decidido poner a disposición de toda la comunidad lo descubierto "al otro lado"? Nadie es tan altruista. ¿Qué busca a cambio: dinero, fama, poder...?
–¿Qué busco? Busco la venganza del que creyeron muerto, para así tranquilizar mi cordura.
–respondió Aniceto mostrando la máscara metálica que cubría la mitad de su rostro.
A pesar de todo sonrío mientras contemplaba a Marga como se marchaba abatida.

Autor: Gregorio Sánchez. Junio 2017.

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